El matrimonio y la familia en el mundo actual
El bienestar de la persona y de la sociedad humana y
cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar. Por eso los cristianos, junto con todos lo que tienen en gran estima
a esta comunidad, se alegran sinceramente de los varios medios que permiten hoy
a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a
la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de su excelsa
misión; de ellos esperan, además, los mejores resultados y se afanan por
promoverlos...
Sin embargo, la dignidad de esta institución no brilla en
todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la
poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras
deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por
el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación. Por otra
parte, la actual situación económico, social-psicológica y civil son origen de
fuertes perturbaciones para la familia. En determinadas regiones del universo,
finalmente, se observan con preocupación los problemas nacidos del incremento
demográfico. Todo lo cual suscita angustia en las conciencias. Y, sin embargo,
un hecho muestra bien el vigor y la solidez de la institución matrimonial y
familiar: las profundas transformaciones de la sociedad contemporánea, a pesar
de las dificultades a que han dado origen, con muchísima frecuencia
manifiestan, de varios modos, la verdadera naturaleza de tal institución.
Por tanto el Concilio, con la exposición más clara de
algunos puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, pretende iluminar y
fortalecer a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar
y promover la intrínseca dignidad del estado matrimonial y su valor eximio.
El carácter sagrado del matrimonio y de la familia
Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes,
la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de
los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así,
del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace,
aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este
vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de
la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor
del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de
suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho
personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad,
estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad
humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal
están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole,
con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la
mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus
personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren
conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión,
como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen
plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad.
(…) Gracias precisamente a los padres, que precederán con
el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el
círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la
salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la
dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber
de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete.
Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen,
a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la
piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus
padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en
la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia
hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales.
Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen
y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a
todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de
la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de
los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros.
Tomado
del capítulo I de la Segunda parte de la Constitución Pastoral “Gaudium et
spes” del Concilio Vaticano II, sobre: “DIGNIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA
FAMILIA” (No. 47-48).
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